Treinta años después, aquel mono continuaba igual;
suave y lanudo pelo marrón, dientes blancos formaban una sonrisa particular,
ligeramente endemoniada. Ojos color ámbar, típicos de cualquier peluche, pero
en ese mono, aquella mirada era sobrecogedora e infernal. Y lo peor de todo,
sus platillos de latón preparados para golpearse y dar comienzo a una nueva
pesadilla.
-Fuiste
destruido –susurró Manuel.- No puedes
estar aquí…
Como
respuesta, el mono continuaba sonriéndole, como hacía treinta años atrás,
cuando Manuel tan solo era un niño inocente.
Era
una lúgubre mañana de octubre. El viento silbaba y golpeaba con rabia los
ventanales de toda la casa, pero eso no le preocupaba. Manuel estaba temblando
por otra razón, una más aterradora: encima de su mesilla de noche, descansaba
aquel horripilante mono. El hombre lo miró y comenzó a llorar, por culpa de
aquel juguete de platillos endemoniados, habían muerto varias personas,
demasiados seres queridos. El mono continuaba sonriéndole y entonces la
pesadilla comenzó: los platillos del animal de juguete comenzaron a chocar: chang-chang-chang…
Manuel perdió el equilibrio y
cayó bruscamente al suelo de rodillas. El chocar de los platillos lo estaban
matando de miedo: <<Chang-chang-chang,
¿Quién va a morir, Manuel? Chang-chang-chang, ¿Será tu esposa, Lucía siendo brutalmente
atropellado por ti?, ¿Será tu hijo ahogado en el lago pidiéndote socorro con
ojos desorbitados mientras tú no puedes hacer nada por ayudarle? ¿O finalmente
serás tú? Chang-chang-chang, comienza el juego…>>
Gimiendo,
el adulto se tapó los oídos. El mono una vez más, había tocado sus platillos y
con ello, sentenció una nueva vida. Sin pensárselo más, Manuel bajó las
escaleras con espectacular celeridad y se encontró a su esposa en la cocina,
preparándole el desayuno a su hijo Miguel.
-¡Miguel!
–Bufó su padre totalmente aterrado. Tanto el niño como la madre se
sobresaltaron.- ¡¿Has traído tú este juguete a casa?!
-Si
–murmuró el chico en un tono inaudible. Su padre nunca le gritaba.- Lo encontré
antes en la chimenea, ¿Qué ha pasado?
-¿Le
diste tú cuerda? –Preguntó desesperado. El niño movió la cabeza
afirmativamente.
-Pero
no funciona… Está estropeado… -replicó Miguel.
<<Mentira>>
Pensó Manuel. Aquel estúpido mono funcionaba cuando quería y eso, él lo sabía
muy bien.
30 años antes, en 1973, cuando Manuel solo tenía
seis años, jugaba en el jardín trasero de su casa con su perro Elliot, un sano
y fuerte labrador color crema. Esa tarde el cielo avecinaba tormenta y fue
cuando el primer trueno iluminó todo el paisaje, el momento en el que el mono
apareció por primera vez. Elliot lo había encontrado enterrado en el jardín de
su casa. Manuel se acercó con curiosidad al perro y observó el juguete que
tenía su mascota. Entusiasmado, se lo quitó y le dio vueltas por uno y otro
lado, estudiándolo y admirando la sonrisa del mono. Con las primeras gotas de
lluvia, el niño entró en casa y encontró la llave que tenía el muñeco insertado
en la espalda, sobre la cintura. Manuel la giró, pero con gran decepción,
comprobó que estaba roto. Pero aun así, era muy bonito.
Aquella
noche, lo colocó en la mesilla de noche, al lado de la cama y se durmió
profundamente bajo la atenta mirada del mono. Pero de repente… el juguete empezó
a entrechocar sus platillos en la oscuridad. Chang-chang-chang. Sobresaltado, el niño se despertó por completo,
totalmente asustado. Su corazón latía con fuerza mientras con ojos como platos
observaba al mono. Chang-chang-chang…
-Para –gimió Manuel. Pero el
muñeco continuaba batiendo sus platillos: chang-chang-chang.
El niño avanzó hasta él con intención de detenerlo. Pero el mono se inmovilizó
por sí mimo. A un último ¡Chang!, los
platillos dejaron de chocar y la habitación se sumió de nuevo en el silencio.
<<No me gusta, mañana lo tiro>> pensó.
Pero
al día siguiente se olvidó por completo de su propósito porque Elliot, su fiel
amigo canino, había muerto durante la noche a causa de un terrible derrame
cerebral, incluso le salía sangre por la boca.
Durante
los siguientes meses, el mono quedó guardado en un cajón, hasta que un día,
Manuel lo encontró y olvidando el pavor que le tenía, le dio cuerda de nuevo,
una vez más sin éxito de que funcionase. Lo guardó de nuevo en el interior del
armario y allí quedó durante varias semanas. Hasta que una noche de tormenta,
mientras el chico dormía plácidamente, el sonido de los platillos lo
despertaron súbitamente. Chang-chang-chan,
¡Buenas noches, Manuel! Hacía tiempo que no me dabas cuerda. ¿Quién va a
morir?, ¿Serás tú? ¿O será tu madre con un letal ataque al corazón mientras
duerme? Tú has marcado una nueva muerte. Eliminaste a Elliot y ahora, ¿Quién
será el próximo? Chang-chang-chang. Se quedó petrificado, mirando los
aterradores ojos del juguete. El mono estaba acurrucado junto a él,
protegiéndose por las mantas, ¿Qué hacía ahí? ¡Lo había guardado en el fondo
del armario! Corrió escaleras arriba ahogado en lágrimas y miedo, en busca de
la protección de su madre. Invadido por un terror imposible de describir, la
abrazó con fuerza una vez hubo llegado a la habitación de su progenitora, pero
ella no se lo devolvió. Estaba muerta…
Fueron
unos días muy duros para Manuel, que quedó huérfano. Lloraba de pena, no
volvería a ver a su madre. Pero sobretodo lloraba de miedo y de culpabilidad,
sentía como si él hubiese matado a su querida mamá, todo por darle cuerda a
aquel maldito mono. El chico fue a vivir a casa de sus tíos y pasaron cuatro
años de supuesta tranquilidad, pues cada noche la pesadilla de su madre
muriendo a causa del mono, lo despertaba entre sudor. Una tarde de enero, el
mono apareció encima de su cama como por arte de magia, ¡Aquello era una
pesadilla, el mono se había quedado en su antigua casa! ¿Qué hacía allí de
nuevo? Sus platillos comenzaron a entrechocar mientras aquella sonrisa malévola
le sonreía, ¡Alguien le había dado cuerda! Chang-chang-chang…
Ese mismo día, la tía Laura
murió en un terrible accidente de tráfico. Totalmente aterrado y enfurecido,
Manuel tiró el juguete al fuego de la chimenea para acabar con esa pesadilla de
una vez. Mientras el mono ardía, dijo: <<Destrúyeme si quieres, yo tan solo soy un juguete, un juguete inmortal.
Quémame cuanto quieras, pero mis platillos sonarán una vez más. ¿Quién morirá?,
¿Tu tío Roberto en un tiroteo en la calle?, ¿Tú novia esmeralda carbonizada en
un incendio?, ¿O finalmente serás tú? Yo no lo sé, solo soy un mono de juguete…
Chang-chang-chang…>> Y dando un último choque a sus platillos, el
mono se consumió en el fuego. Ese día, Manuel recibió la trágica noticia de la
muerte de su novia, pero finalmente el mono había muerto. O eso pensaba…
-No
me gusta ese mono, papá –murmuró Miguel acercándose esa tarde a su padre.
Manuel
se sobresaltó al escuchar la voz de su hijo. En esas horas solo había tenido un
pensamiento en mente, ¿Cómo estaba el mono intacto si había sido consumido por
el fuego de su chimenea? ¡Él mismo había presenciado su muerte! Aquello no era
posible. Tenía que impedir que el mono una vez más acabara con la vida de sus
seres queridos.
-A
mí tampoco… -respondió Manuel.
Al
principio, el niño pensó que su padre lo decía para complacerle, pero descubrió
que sus palabras eran ciertas. Por primera vez, veía miedo reflejado en los
ojos de su progenitor.
-Me
parece malo, quiere matar a gente… No está roto, ¿Verdad, papá?
-No…
Y vamos a destruirlo para siempre…
Aquello
le hizo pensar: ¿Era posible deshacerse definitivamente de él? Pronto lo
descubriría.
El motor del coche rugía a causa de la velocidad
que llevaba el vehículo. Manuel y Miguel montaban en el Renault rumbo a una
tienda de antigüedades, con la esperanza de averiguar alguna forma de
destruirlo para siempre. El coche circulaba a casi 90 km/h cuando por la
calzada, Manuel divisó a su mujer Lucía, quien como todas las tardes, volvía
andando del trabajo. Durante un segundo, la cabeza de Manuel pensó a toda
velocidad, según el mono, su mujer iba a morir atropellada. Iba a detener el
coche cuando todo sucedió demasiado rápido. El mono que reposaba en la parte
trasera del coche, junto a Miguel, entrechocó sus platillos tan solo una vez,
emitiendo un fuerte chang. Entonces
la rueda del coche explotó súbitamente haciendo que el adulto perdiese el
control del vehículo. Nada impidió que la cabeza de Lucía y el parabrisas del
coche se encontraran con un choque explosivo; ambos se hicieron pedazos. El
golpe y la velocidad hicieron que el Renault derrapase y saliese por el otro lado
de la carretera, dando una vuelta de campana. El impacto del coche contra la
orilla del río del lago que había al lado de la carretera, fue brutal.
Durante
unos minutos, todo permaneció en silencio y Manuel estaba completamente
aturdido. Sin embargo pronto despertó totalmente dolorido, el mono volvía a
estrellar maliciosamente sus platillos: Chang-chang-chang.
Acabas de matar a tu mujer, Manuel. Y ahora vais a morir los dos ahogados en el
coche. Mira como entra el agua, mira como entra. Chang-chang-chang.
-¡Papi,
ayúdame! –Exclamaba el niño intentando zafarse del condenador cinturón de
seguridad que lo tenía atrapado mientras entraba el agua por los cristales
rotos del coche. Manuel despertó completamente de su confusión y con espanto,
observó como el agua entraba en peligrosas cantidades en el vehículo, ¡Se
estaba hundiendo! En una carrera contra reloj, Manuel se liberó de su cinturón
y de un bolsillo lateral del coche, completamente hundido bajo la fría agua que
iba subiendo en nivel poco a poco, sacó una navaja que allí guardaba. Con ella
liberó a su hijo, pero el agua continuaba entrando, ya casi ni podían respirar,
Chang-chang-chang se os agota el tiempo,
no podéis huir. Estáis hundiéndoos en el fondo del lago. Es tu turno Manuel,
finalmente eres tú, tú, tú…
Manuel
desesperado vio cómo su hijo apenas llegaba a dar una última bocanada de aire,
el tiempo se había agotado, ¡Tenían que huir ya! Chang-chang-chang. Con un veloz movimiento, el adulto cortó con la
navaja, uno de los brazos del mono, para que no pudiese continuar estrellando
su instrumento. Las negras aguas, ya habían inundado completamente el coche,
con un último esfuerzo, consiguió salir del vehículo que terminaba de hundirse
en las profundas aguas del lago. Momentos más tarde, ambos llegaban a la
superficie, realizando una gran bocanada de aire para recuperarlo, Manuel
comenzó a nadar como no lo había hecho en su vida, ¿Podrían morir de alguna
otra forma?, el mono siempre conseguía matar a sus presas. La orilla estaba
cada vez más cerca, pero podían morir de repente, de cualquier manera, pero la
playa estaba a menos de tres metros, el adulto y el chico sentían por fin la
seguridad y… Llegaron a ella. Riendo y llorando, los dos salieron del agua y se
abrazaron el uno al otro.
<<Muérete
para siempre, mono hijo de puta>> murmuró Manuel totalmente exhausto.
-Papá,
el mono ha muerto, ¿Verdad? –Preguntó el chiquillo. El padre contestó
afirmativamente, tomando grandes bocanadas de aire. Finalmente todo había
acabado.- Y… ¿Mamá ha muerto…?
Manuel
sintió un terrible vuelco en el corazón y se le formó un nudo en su garganta. Sus
ojos se inundaron en lágrimas y afirmó con la cabeza, añadiendo un breve
<<Todo saldrá bien, campeón>>. Treinta años después la pesadilla
había acabado. Se había llevado la vida de su mujer pero al menos, Miguel
estaba a salvo y eso era lo que ella hubiese querido. Una vez más se fundieron
en un cálido abrazo.
Chang-chang-chang. El escalofriante
sonido de dos platillos chocando, los aterrorizó. A su lado, en la arena, descansaba
el mono, mostrando sus blancos dientes con aquella endemoniada sonrisa, Con
auténtico pavor, padre e hijo comprobaron que una vez más, el juguete estaba
ahí, intacto, con ambos brazos, con los dos platillos haciendo su función:
chocar entre ellos. Chang-chang-chang. Ya
te he dicho que soy inmortal, Manuel. Y ahora, ¿Moriréis por un repentino
ataque al corazón? Chang-chang-chang…
¡CHANG!
FIN