PRÓLOGO
CARTA AL CIELO
Lucía…:
Todavía viven en mi memoria aquellos días que mil veces buscaron el
olvido pero a los que jamás renunciaré. Son todo lo que me quedan de ti. De
nosotros…
He perdido la
cuenta de cuántas cartas te he escrito ya y, asimismo, he perdido la cuenta de
cuánto tiempo llevo esperando una respuesta tuya; cualquier tipo de señal. Pero
lo comprendo, Lucía. Bien sabe Dios que lo entiendo. Mis cartas jamás recibirán
respuesta porque nunca llegarán a su destino. El cielo, de momento, es
inalcanzable. Mil ocasiones he soñado que lees mis escritos y que te ríes de mi
torpe prosa al tiempo que frunces el ceño tratando de descifrar mi espantosa
caligrafía. Pero entonces pienso que también iluminarías tus labios con esa
sonrisa de la que me enamoré. Así eras tú, Lucía. Así éramos nosotros.
Si te soy sincero, igualmente, cavilo la posibilidad que tú respondas mis cartas pese a que nunca las recibas.
Sé que algún día será así…
…aunque son muchas
las ocasiones en las que pienso que soy un completo imbécil por pensar todo lo
escrito anteriormente. Tú estás muerta. Y los muertos nunca vuelven. Sólo los
vivos los recuerdan y yo, Lucía, siempre te recordaré.
Siempre recordaré
aquel invierno de 1951…
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