miércoles, 16 de julio de 2014

LOS PLATILLOS






Treinta años después, aquel mono continuaba igual; suave y lanudo pelo marrón, dientes blancos formaban una sonrisa particular, ligeramente endemoniada. Ojos color ámbar, típicos de cualquier peluche, pero en ese mono, aquella mirada era sobrecogedora e infernal. Y lo peor de todo, sus platillos de latón preparados para golpearse y dar comienzo a una nueva pesadilla.
               -Fuiste destruido –susurró  Manuel.- No puedes estar aquí…
               Como respuesta, el mono continuaba sonriéndole, como hacía treinta años atrás, cuando Manuel tan solo era un niño inocente.
               Era una lúgubre mañana de octubre. El viento silbaba y golpeaba con rabia los ventanales de toda la casa, pero eso no le preocupaba. Manuel estaba temblando por otra razón, una más aterradora: encima de su mesilla de noche, descansaba aquel horripilante mono. El hombre lo miró y comenzó a llorar, por culpa de aquel juguete de platillos endemoniados, habían muerto varias personas, demasiados seres queridos. El mono continuaba sonriéndole y entonces la pesadilla comenzó: los platillos del animal de juguete comenzaron a chocar: chang-chang-chang…
               Manuel perdió el equilibrio y cayó bruscamente al suelo de rodillas. El chocar de los platillos lo estaban matando de miedo: <<Chang-chang-chang, ¿Quién va a morir, Manuel? Chang-chang-chang, ¿Será tu esposa, Lucía siendo brutalmente atropellado por ti?, ¿Será tu hijo ahogado en el lago pidiéndote socorro con ojos desorbitados mientras tú no puedes hacer nada por ayudarle? ¿O finalmente serás tú? Chang-chang-chang, comienza el juego…>>
               Gimiendo, el adulto se tapó los oídos. El mono una vez más, había tocado sus platillos y con ello, sentenció una nueva vida. Sin pensárselo más, Manuel bajó las escaleras con espectacular celeridad y se encontró a su esposa en la cocina, preparándole el desayuno a su hijo Miguel.
               -¡Miguel! –Bufó su padre totalmente aterrado. Tanto el niño como la madre se sobresaltaron.- ¡¿Has traído tú este juguete a casa?!
               -Si –murmuró el chico en un tono inaudible. Su padre nunca le gritaba.- Lo encontré antes en la chimenea, ¿Qué ha pasado?
               -¿Le diste tú cuerda? –Preguntó desesperado. El niño movió la cabeza afirmativamente.
               -Pero no funciona… Está estropeado… -replicó Miguel.
               <<Mentira>> Pensó Manuel. Aquel estúpido mono funcionaba cuando quería y eso, él lo sabía muy bien.

30 años antes, en 1973, cuando Manuel solo tenía seis años, jugaba en el jardín trasero de su casa con su perro Elliot, un sano y fuerte labrador color crema. Esa tarde el cielo avecinaba tormenta y fue cuando el primer trueno iluminó todo el paisaje, el momento en el que el mono apareció por primera vez. Elliot lo había encontrado enterrado en el jardín de su casa. Manuel se acercó con curiosidad al perro y observó el juguete que tenía su mascota. Entusiasmado, se lo quitó y le dio vueltas por uno y otro lado, estudiándolo y admirando la sonrisa del mono. Con las primeras gotas de lluvia, el niño entró en casa y encontró la llave que tenía el muñeco insertado en la espalda, sobre la cintura. Manuel la giró, pero con gran decepción, comprobó que estaba roto. Pero aun así, era muy bonito.
               Aquella noche, lo colocó en la mesilla de noche, al lado de la cama y se durmió profundamente bajo la atenta mirada del mono. Pero de repente… el juguete empezó a entrechocar sus platillos en la oscuridad. Chang-chang-chang. Sobresaltado, el niño se despertó por completo, totalmente asustado. Su corazón latía con fuerza mientras con ojos como platos observaba al mono. Chang-chang-chang…
               -Para –gimió Manuel. Pero el muñeco continuaba batiendo sus platillos: chang-chang-chang. El niño avanzó hasta él con intención de detenerlo. Pero el mono se inmovilizó por sí mimo. A un último ¡Chang!, los platillos dejaron de chocar y la habitación se sumió de nuevo en el silencio. <<No me gusta, mañana lo tiro>> pensó.
               Pero al día siguiente se olvidó por completo de su propósito porque Elliot, su fiel amigo canino, había muerto durante la noche a causa de un terrible derrame cerebral, incluso le salía sangre por la boca.
               Durante los siguientes meses, el mono quedó guardado en un cajón, hasta que un día, Manuel lo encontró y olvidando el pavor que le tenía, le dio cuerda de nuevo, una vez más sin éxito de que funcionase. Lo guardó de nuevo en el interior del armario y allí quedó durante varias semanas. Hasta que una noche de tormenta, mientras el chico dormía plácidamente, el sonido de los platillos lo despertaron súbitamente. Chang-chang-chan, ¡Buenas noches, Manuel! Hacía tiempo que no me dabas cuerda. ¿Quién va a morir?, ¿Serás tú? ¿O será tu madre con un letal ataque al corazón mientras duerme? Tú has marcado una nueva muerte. Eliminaste a Elliot y ahora, ¿Quién será el próximo? Chang-chang-chang. Se quedó petrificado, mirando los aterradores ojos del juguete. El mono estaba acurrucado junto a él, protegiéndose por las mantas, ¿Qué hacía ahí? ¡Lo había guardado en el fondo del armario! Corrió escaleras arriba ahogado en lágrimas y miedo, en busca de la protección de su madre. Invadido por un terror imposible de describir, la abrazó con fuerza una vez hubo llegado a la habitación de su progenitora, pero ella no se lo devolvió. Estaba muerta…
               Fueron unos días muy duros para Manuel, que quedó huérfano. Lloraba de pena, no volvería a ver a su madre. Pero sobretodo lloraba de miedo y de culpabilidad, sentía como si él hubiese matado a su querida mamá, todo por darle cuerda a aquel maldito mono. El chico fue a vivir a casa de sus tíos y pasaron cuatro años de supuesta tranquilidad, pues cada noche la pesadilla de su madre muriendo a causa del mono, lo despertaba entre sudor. Una tarde de enero, el mono apareció encima de su cama como por arte de magia, ¡Aquello era una pesadilla, el mono se había quedado en su antigua casa! ¿Qué hacía allí de nuevo? Sus platillos comenzaron a entrechocar mientras aquella sonrisa malévola le sonreía, ¡Alguien le había dado cuerda! Chang-chang-chang…
               Ese mismo día, la tía Laura murió en un terrible accidente de tráfico. Totalmente aterrado y enfurecido, Manuel tiró el juguete al fuego de la chimenea para acabar con esa pesadilla de una vez. Mientras el mono ardía, dijo: <<Destrúyeme si quieres, yo tan solo soy un juguete, un juguete inmortal. Quémame cuanto quieras, pero mis platillos sonarán una vez más. ¿Quién morirá?, ¿Tu tío Roberto en un tiroteo en la calle?, ¿Tú novia esmeralda carbonizada en un incendio?, ¿O finalmente serás tú? Yo no lo sé, solo soy un mono de juguete… Chang-chang-chang…>> Y dando un último choque a sus platillos, el mono se consumió en el fuego. Ese día, Manuel recibió la trágica noticia de la muerte de su novia, pero finalmente el mono había muerto. O eso pensaba…

               -No me gusta ese mono, papá –murmuró Miguel acercándose esa tarde a su padre.
               Manuel se sobresaltó al escuchar la voz de su hijo. En esas horas solo había tenido un pensamiento en mente, ¿Cómo estaba el mono intacto si había sido consumido por el fuego de su chimenea? ¡Él mismo había presenciado su muerte! Aquello no era posible. Tenía que impedir que el mono una vez más acabara con la vida de sus seres queridos.
               -A mí tampoco… -respondió Manuel.
               Al principio, el niño pensó que su padre lo decía para complacerle, pero descubrió que sus palabras eran ciertas. Por primera vez, veía miedo reflejado en los ojos de su progenitor.
               -Me parece malo, quiere matar a gente… No está roto, ¿Verdad, papá?
               -No… Y vamos a destruirlo para siempre…
               Aquello le hizo pensar: ¿Era posible deshacerse definitivamente de él? Pronto lo descubriría.

El motor del coche rugía a causa de la velocidad que llevaba el vehículo. Manuel y Miguel montaban en el Renault rumbo a una tienda de antigüedades, con la esperanza de averiguar alguna forma de destruirlo para siempre. El coche circulaba a casi 90 km/h cuando por la calzada, Manuel divisó a su mujer Lucía, quien como todas las tardes, volvía andando del trabajo. Durante un segundo, la cabeza de Manuel pensó a toda velocidad, según el mono, su mujer iba a morir atropellada. Iba a detener el coche cuando todo sucedió demasiado rápido. El mono que reposaba en la parte trasera del coche, junto a Miguel, entrechocó sus platillos tan solo una vez, emitiendo un fuerte chang. Entonces la rueda del coche explotó súbitamente haciendo que el adulto perdiese el control del vehículo. Nada impidió que la cabeza de Lucía y el parabrisas del coche se encontraran con un choque explosivo; ambos se hicieron pedazos. El golpe y la velocidad hicieron que el Renault derrapase y saliese por el otro lado de la carretera, dando una vuelta de campana. El impacto del coche contra la orilla del río del lago que había al lado de la carretera, fue brutal.
               Durante unos minutos, todo permaneció en silencio y Manuel estaba completamente aturdido. Sin embargo pronto despertó totalmente dolorido, el mono volvía a estrellar maliciosamente sus platillos: Chang-chang-chang. Acabas de matar a tu mujer, Manuel. Y ahora vais a morir los dos ahogados en el coche. Mira como entra el agua, mira como entra. Chang-chang-chang.
               -¡Papi, ayúdame! –Exclamaba el niño intentando zafarse del condenador cinturón de seguridad que lo tenía atrapado mientras entraba el agua por los cristales rotos del coche. Manuel despertó completamente de su confusión y con espanto, observó como el agua entraba en peligrosas cantidades en el vehículo, ¡Se estaba hundiendo! En una carrera contra reloj, Manuel se liberó de su cinturón y de un bolsillo lateral del coche, completamente hundido bajo la fría agua que iba subiendo en nivel poco a poco, sacó una navaja que allí guardaba. Con ella liberó a su hijo, pero el agua continuaba entrando, ya casi ni podían respirar, Chang-chang-chang se os agota el tiempo, no podéis huir. Estáis hundiéndoos en el fondo del lago. Es tu turno Manuel, finalmente eres tú, tú, tú…
               Manuel desesperado vio cómo su hijo apenas llegaba a dar una última bocanada de aire, el tiempo se había agotado, ¡Tenían que huir ya! Chang-chang-chang. Con un veloz movimiento, el adulto cortó con la navaja, uno de los brazos del mono, para que no pudiese continuar estrellando su instrumento. Las negras aguas, ya habían inundado completamente el coche, con un último esfuerzo, consiguió salir del vehículo que terminaba de hundirse en las profundas aguas del lago. Momentos más tarde, ambos llegaban a la superficie, realizando una gran bocanada de aire para recuperarlo, Manuel comenzó a nadar como no lo había hecho en su vida, ¿Podrían morir de alguna otra forma?, el mono siempre conseguía matar a sus presas. La orilla estaba cada vez más cerca, pero podían morir de repente, de cualquier manera, pero la playa estaba a menos de tres metros, el adulto y el chico sentían por fin la seguridad y… Llegaron a ella. Riendo y llorando, los dos salieron del agua y se abrazaron el uno al otro.
               <<Muérete para siempre, mono hijo de puta>> murmuró Manuel totalmente exhausto.
               -Papá, el mono ha muerto, ¿Verdad? –Preguntó el chiquillo. El padre contestó afirmativamente, tomando grandes bocanadas de aire. Finalmente todo había acabado.- Y… ¿Mamá ha muerto…?
               Manuel sintió un terrible vuelco en el corazón y se le formó un nudo en su garganta. Sus ojos se inundaron en lágrimas y afirmó con la cabeza, añadiendo un breve <<Todo saldrá bien, campeón>>. Treinta años después la pesadilla había acabado. Se había llevado la vida de su mujer pero al menos, Miguel estaba a salvo y eso era lo que ella hubiese querido. Una vez más se fundieron en un cálido abrazo.
               Chang-chang-chang. El escalofriante sonido de dos platillos chocando, los aterrorizó. A su lado, en la arena, descansaba el mono, mostrando sus blancos dientes con aquella endemoniada sonrisa, Con auténtico pavor, padre e hijo comprobaron que una vez más, el juguete estaba ahí, intacto, con ambos brazos, con los dos platillos haciendo su función: chocar entre ellos. Chang-chang-chang. Ya te he dicho que soy inmortal, Manuel. Y ahora, ¿Moriréis por un repentino ataque al corazón? Chang-chang-chang…
               ¡CHANG!


FIN…

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