martes, 8 de noviembre de 2016

MICKEY MOUSE





Del Informe de la Policía Nacional, miércoles 5 de agosto de 2015, pág. 1:

HOSPITAL XERAL DE VIGO


CERTIFICADO DE DEFUNCIÓN


Nombre: Alejandro Crespo Torres
Dirección: Avd. Príncipe 48-1 8ºE
Sala de urgencia Nº.: --                     Ambulancia Nº.: 6
Tratamiento: --                                  Ingreso de cadáver: x

Fecha de fallecimiento: 5-8-2015, 3 a.m. (aprox.)
Causa del fallecimiento: Hemorragia, estado de shock y/o oclusión coronaria
Identificó el cadáver: Rubén Crespo Diz
Parientes más próximos: Rubén Crespo Diz                                            
El cadáver fue entregado a: Hospital Xeral de Vigo
Médico encargado: Dr. Contreras
Firma:

 
 


Del presunto asesino Ismael Ruiz Prego. Informe de la Policía Nacional, miércoles 5 de agosto de 2015, pág. 3:

Esto fue lo que ocurrió. La noche del 5 de agosto en que vi mis peores temores hacerse realidad, la ciudad estaba inundada de niebla iluminada mágicamente por dardos de luna que se filtraban a través de ella.
         Vivo en la sombra de Vigo, literalmente. No poseo un hogar fijo. A decir verdad, la maravillosa época en la que complacía de una casa propia, con sus regodeos y delectaciones convenientes, a saber: calefacción, cocina, ducha caliente, televisión, una cama… son recuerdos que ahora parecen liquidados por un pasado en el que opto por no pensar. Si lo hago, me veo apabullado ipso facto por cuantiosas evocaciones que nunca regresarán. Hoy, mi morada son las calles. Hoy, mis únicos compañeros son mi añeja y sucia manta y un cartón de vino barato, que no es más que veneno que me mata poco a poco. Bebo mucho, pero eso no repercutió en lo que vi. Sospecho que opinaréis que estoy borracho o, en el peor de los casos, loco de atar. Pero sé lo que contemplé y tantearé no distraerme más e ir directo al grano. Relataré, aquí y ahora, la más espantosa de las pesadillas hecha realidad.
         Llevo ya unas semanas viviendo en la planta baja de una vivienda desatendida y abandonada en la calle Príncipe, la cual es un bullicio de gente y agitación por el día para tornarse en la noche, en una avenida paseable, solitaria y taciturna, digna de cualquier novela de Lovecraft. ¿Sabe usted? Admiro las novelas de ese tío; son aptas para ponerle los vellos de punta incluso al hombre que alardea de ser el más valiente sobre la faz de la tierra. Bueno, dije que no me entretendría y ya me estoy yendo por los cerros de Úbeda. A lo que iba: me asenté por fin en una calle fija y, en mi humilde opinión, no muy hermosa, y la planta baja de ese edificio me sirvió de cobijo durante las frías noches. La habitación estaba custodiada por mugre y humedad en la escasa pintura que pendía a jirones de la pared. Durante el crepúsculo, cuando no alcanzo dormir, porque… ¿sabe usted? padezco de insomnio. Sí, ha oído bien, ¡sufro de insomnio como el gran novelista Stephen King! Pues eso: soportaba, como otra noche cualquiera, el insomnio, y me la pasé, como cualquier otra, escrutando las calles a través de una pequeña grieta en la pared que se había abierto ya antes de mi llegada al edificio. Contemplaba abstraído el paisaje. Durante las noches en que no soy capaz de dormir, acostumbro imaginar cómo podría haber sido mi vida si el destino no hubiese decidido convertirme en un repugnante y mugriento mendigo. Fue entonces cuando vi al pequeño Álex correr por la avenida con su avioncito militar de juguete. Ese jovencito de tres años, a lo sumo cuatro, era un auténtico cielo. Entiéndame usted y, para dejarlo totalmente claro, que no soy ningún sentimental; en verdad, hace tiempo que dejé de creer en el amor, sospecho que por la situación en la que vivo. Pero ese chico alborotó todo mi parecer; era la candidez y bondad personificada. En la calle, la gente te mira con asco, incluso los que te dan limosna, pero eso no es nada comprada con la repugnancia que uno se inspira a sí mismo. Es como vivir atrapado en un cadáver que camina, que siente hambre, que apesta y, que sin saber muy por qué, se resiste a  morir. Pero ese chico daba la vuelta a todo mi mundo. Con su sonrisa infantil y radiante, muchas veces, fuese de día o de noche, se aproximada a mí y me hablaba con regocijo. Incluso me prestaba su preciado y vanidoso avión de juguete, único recuerdo y regalo que conservaba de su madre, ahora fallecida, creo que por el cruel cáncer. Me contaba de todo: lo mucho que echaba de menos a su mamá; la aversión que le engendraba el marisco (en especial el pulbo y las galmejas, como solía pronunciar él); lo que había aprendido en la escuela; sus ensueños de ser piloto y viajar al cielo para reencontrarse con su madre… Me invitaba siempre a sus chucherías porque él mismo lo quería así. Durante el tiempo en el que el pequeño Álex y yo fuimos amigos, me sentí el hombre más venturoso sobre la tierra y relegué mis problemas alcohólicos y sobre todo, olvidé mi indigencia.
Álex vivía en el edificio limítrofe con su padre. A raíz de la reciente pérdida de su amada mujer, cedía a su hijo salir por las proximidades de la calle, para no pasar la vergüenza de ser visto llorando por la falta de su querida Raquel. Si lo que le voy a referir a continuación no hubiese sucedido, juro por la más solemne de mis promesas, que querría socorrer a ese pobre hombre que se estaba ahogando a pasos agigantados en sus propios recuerdos.
         Pues bien, que aunque este prólogo fuese necesario para relatar los hechos, ya me estoy enrollando. Pero ¿sabe usted? Lo que pasa es que nosotros, los mendigos, ansiamos evadir una tertulia con otros miembros de nuestro club para así no conmemorar la miseria en la que vivimos. Además, la gente que nos da limosna evita dialogar con nosotros, sospecho para no recibir el hosco y putrefacto olor de nuestros alientos: alientos de vino y mugre, en resumen. A lo que iba, que ya me vuelvo a entretener: escruté en silencio cómo el pequeño Álex, ajeno al dolor que estaba sufriendo en ese momento su padre, disfrutaba con el vuelo imaginario de su avioncito de juguete. Era tal la alegría que el muchacho emanaba que irremediablemente me la contagió y, sin más pábulos, dispuse salir al exterior, a la avenida, para poder jugar y charlar con él.
Esa fue mi intención. Nunca la llevé a cabo.
         No desde el momento en que apareció Mickey Mouse.
         El aire frío de la noche mordía la piel a través del pequeño resquicio de la pared desde el cual, lo contemplé todo. Un manto amenazador de niebla densa inundó en ese momento la avenida. Si tuviese que relacionar esa súbita concentración de bruma, lo haría con la visión del maléfico personaje Caín del Príncipe de la Niebla de Zafón o con la impecable Niebla del maestro indiscutible de terror Stephen King. Advertirá usted, y abro un breve paréntesis, que hago muchas menciones a libros de terror. La verdad es que me encantan ese tipo de novelas y sí, voy a confesar un delito: cuando tengo oportunidad, que no son muchas, robo libros de terror para, ya sabe usted, apurar el tiempo en las calles y que un día no se me haga casi eterno. Cierro paréntesis. A lo que iba: la niebla se concentró súbitamente en un punto de la calle y, supongo que no me creerán, pero en ese momento tuve la certeza de que algo malo iba a pasar.
Y no me equivoqué…
         Unos ojos amarillos emergieron de repente de la espesa niebla. Eran unos ojos terroríficos, de esos que uno siempre se imaginaba que se iba a encontrar con ellos si se te ocurría mirar debajo de la cama o bajar a oscuras las escaleras del sótano. Es un animal –pensé incoherente-; eso es todo: un animal. A lo mejor es un gato abandonado que busca su hogar.
         De todos modos, si era un animal, logró asustarme de verdad. Permanecí paralizado examinando todo lo que sucedía a continuación. Al contrario, el pequeño Álex, que era todo un valiente, merecedor de lograr su sueño de ser piloto de avión, no se dejó avasallar por el miedo, que seguro hacía temblar su cuerpo. Álex se acercó a esos ojos amarillos y fue entonces cuando una voz, una voz perfectamente razonable y bastante simpática, le habló desde dentro de la niebla.
         -Hola, Álex -dijo.
         Creo que tanto yo como Álex parpadeamos a la vez y volvimos a mirar. Entonces ninguno de los dos dimos crédito de lo que veíamos; era como algo sacado de un cuento o una película donde uno sabe que los animales hablan y bailan. Era un ratón gigante. El ratoncito de Disney. El ser más famoso del mundo. Era el jodido Mickey Mouse. Lo supe con certeza cuando la niebla lo dejó visible. Al principio especulé la idea de que esa visión era a causa del vino. Pero sabía lo que estaba viendo. Y Álex, también. Era el ratón de los dibujos animados. Su semblante era de color carne con enormes orejas negras; tenía unos ojos enormes y una sonrisa radiante en el rostro. Tenía en una mano un manojo de globos de todos los colores, como tentadora fruta madura.
         Sinceramente, ese ratón, en concreto del que estoy hablando, nunca me dio buena espina. A lo largo de la calle Príncipe, durante los días de sol, varias personas disfrazadas del ratón más famoso del mundo se ubicaban a lo largo de la avenida para vender su sonrisa y sus globos de colores a los niños. Eso no me parecía mal porque sabía que debajo de esos disfraces, había una persona dentro. Califíqueme usted de loco, pero en ese momento, tuve la total certeza de que el Mickey Mouse que había emergido de la niebla, no era ningún disfraz. Estoy seguro que si uno intentaba arrancarle la cabeza, solo hallaría oscuridad densa y palpable en su interior. No cabía duda: ese Mickey Mouse, había llegado de los infiernos.
         -¿Quieres un globito, Álex? –el ratón sonreía.
         Álex también sonrió. Supongo que no podría evitarlo; aquella sonrisa era del tipo que uno devuelve sin querer.
         -Por supuesto.
         El ratoncito se echó a reír
         -<<Por supuesto.>> ¡Así me gusta! ¡Así me gusta!
         Supongo que si en ese momento yo hubiera vencido el miedo que me mantenía inmóvil, no hubiera sucedido nada más. Pero me mantuve al margen escrutándolo todo. El pequeño Álex alargó la mano para coger el globo, pero de inmediato la retiró contra su voluntad.
         -No debo coger nada que me den los desconocidos. Lo decía mi mamá.
         Bendito Álex pensé.
         -Y tu mamá tenía mucha razón –replicó el ratón sonriendo. Yo, como supongo que también hacía Álex, nos preguntamos cómo podríamos haber creído que sus ojos eran amarillos, si eran del color típico del ser animado: negros-. Muchísima razón, yo creo. Por lo tanto, voy a presentarme, aunque supongo que ya me conoces de la tele. Álex, yo soy Mickey Mouse, el ratón más famoso del mundo. Álex, te presento a Mickey. Mickey, te presento a Álex. Y ahora ya nos conocemos. Yo no soy un desconocido y tú tampoco. ¿Correcto?
         Álex soltó una risita. Supe entonces que algo marchaba mal.
         -Creo que sí -ambos sonrieron, pero la del ratón era más acentuada.
         Eso fue el final.
         El pequeño Álex estiró la mano.
         Mickey Mouse le agarró el brazo.
         Y entonces, tanto yo como Álex vimos que la cara del ratón cambiaba.
         Lo que vi a continuación casi me hizo perder el juicio. No me lo quiero imaginar desde la perspectiva del pequeño Álex. Fue peor que cualquier pesadilla que tuviese nunca; era la madre de todas las pesadillas juntas.
         -Toma un globito –chilló Mickey Mouse con una voz que reía entre coágulos.
         Yo continuaba inmóvil contemplándolo todo.
         Sujetaba el brazo de Álex en su puño grueso. Tiró de él hacia esa horrible niebla por la que no se filtraba ningún atisbo de luz de luna. El pequeño Álex estiró el cuello para apartarse de la densa bruma definitiva y empezó a gritar, a gritar entre como un loco hacia el cielo de aquella noche de verano. Sus gritos eran agudos y penetrantes y a lo largo de toda la calle Príncipe la gente se asomó a las ventanas. Pero no veían nada por la niebla.
         -Toma un globito –No había compasión ni cortesía en aquella sonrisa, sólo odio-. Toma un globito.
         Mickey Mouse tiró todavía más fuerte del brazo del muchacho y de pronto, sonó un desgarro y me imagino que el pequeño Álex ya no supo más.
         Fue entonces cuando alcancé a dar mi primer movimiento y corrí, a pesar del miedo y del terror, en ayuda de mi joven amigo. Aunque llegué sólo treinta y dos segundos más tarde de que ese ratoncito del infierno desapareciese tal como había llegado de entre la niebla, Álex ya había muerto. Lo agarré por su abriguito amarillo y al girar en mis manos su cuerpo, yo también empecé a vociferar como un loco. El lado izquierdo del abrigo del niño estaba de un rojo intenso. La sangre fluía por la calle en dirección al brazo que estaba a unos metros de nosotros. Un pomo de hueso, horriblemente brillante, asomaba por la tela rota. Los ojos del niño miraban fijamente al cielo nocturno del cual había desaparecido todo atisbo de niebla y, mientras yo los observaba llorando con el rostro descompuesto, la gente comenzó a rodearme y a llamarme asesino. No les contradije. Asesino era lo que merecía escuchar. Asesino. Fui testigo de todos los hechos teniendo la oportunidad de salvar al pequeño Álex y no hice nada. Asesino. Asesino. Asesino.
Asesino.
         Sólo yo estuve presente en los hechos y, aunque ahora esté aquí declarando porque se me acusa del asesinato del único ser por el que sentí amor, sé lo que vi y se lo que soy.

Un Asesino.




De La Voz de Galicia, viernes 7 de agosto de 2015, pág. 1:


UN INDIGENTE ASESINA A UN NIÑO DE CUATRO AÑOS EN LAS SOMBRAS DE LA NOCHE

La policía detuvo el pasado miércoles al indigente Ismael Ruiz Prego, que asesinó durante la noche a Álex Crespo Torres, un niño de tan sólo cuatro años en la calle Príncipe de Vigo.
         El crimen tuvo lugar durante la noche y testigos afirman que el indigente llevaba ya varias semanas espiando desde las sombras a su víctima esperando el momento oportuno para acabar con su vida. Los motivos que le han llevado a realizar el crimen todavía no han sido esclarecidos al igual que el móvil. El supuesto asesino afirma que el tan sólo ha intentado salvarle la vida y que el verdadero homicida no fue otro que el ratón más famoso del mundo: Mickey Mouse. El indigente ha dado positivo en las pruebas de alcoholemia y será juzgado el próximo lunes.
         El padre de la víctima, que recientemente acababa de perder a su esposa de una leucemia, afirma que hará todo lo posible para que el asesino de su hijo reciba cadena perpetua y, en el caso en el que el juez no dicte eso, él mismo se encargará de asesinarlo.
        


Del Informe de la Policía Nacional, miércoles 5 de agosto de 2015, pág. 7:

Frases que aparecieron pintadas sobre la pared del edificio donde llevaba viviendo el indigente y asesino durante las últimas semanas:

ISMAEL RUIZ PREGO ARDERÁ EN EL INFIERNO
CRISTO NUNCA FALLA


Al lado del muro del edificio, adyacente a la sangre de la víctima, la policía halló restos de unos globos de colores deshinchados.

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