Del Informe
de la Policía Nacional, miércoles 5 de agosto de 2015, pág. 1:
HOSPITAL XERAL DE VIGO
CERTIFICADO DE
DEFUNCIÓN
Nombre: Alejandro Crespo Torres
Dirección: Avd. Príncipe 48-1 8ºE
Sala de
urgencia Nº.: -- Ambulancia Nº.: 6
Tratamiento: -- Ingreso de
cadáver: x
Fecha de
fallecimiento: 5-8-2015,
3 a.m. (aprox.)
Causa del
fallecimiento: Hemorragia,
estado de shock y/o oclusión coronaria
Identificó el
cadáver: Rubén
Crespo Diz
Parientes más
próximos: Rubén
Crespo Diz
El cadáver fue
entregado a:
Hospital Xeral
de Vigo
Médico
encargado: Dr.
Contreras
Firma:
|
Del presunto asesino Ismael Ruiz Prego. Informe de la Policía Nacional, miércoles
5 de agosto de 2015, pág. 3:
Esto fue lo que ocurrió. La noche del 5 de agosto en que vi mis peores
temores hacerse realidad, la ciudad estaba inundada de niebla iluminada
mágicamente por dardos de luna que se filtraban a través de ella.
Vivo en la sombra de Vigo,
literalmente. No poseo un hogar fijo. A decir verdad, la maravillosa época en
la que complacía de una casa propia, con sus regodeos y delectaciones convenientes,
a saber: calefacción, cocina, ducha caliente, televisión, una cama… son
recuerdos que ahora parecen liquidados por un pasado en el que opto por no
pensar. Si lo hago, me veo apabullado ipso facto por cuantiosas evocaciones que
nunca regresarán. Hoy, mi morada son las calles. Hoy, mis únicos compañeros son
mi añeja y sucia manta y un cartón de vino barato, que no es más que veneno que
me mata poco a poco. Bebo mucho, pero eso no repercutió en lo que vi. Sospecho
que opinaréis que estoy borracho o, en el peor de los casos, loco de atar. Pero
sé lo que contemplé y tantearé no distraerme más e ir directo al grano. Relataré,
aquí y ahora, la más espantosa de las pesadillas hecha realidad.
Llevo ya unas semanas
viviendo en la planta baja de una vivienda desatendida y abandonada en la calle
Príncipe, la cual es un bullicio de gente y agitación por el día para tornarse
en la noche, en una avenida paseable, solitaria y taciturna, digna de cualquier
novela de Lovecraft. ¿Sabe usted? Admiro las novelas de ese tío; son aptas para
ponerle los vellos de punta incluso al hombre que alardea de ser el más
valiente sobre la faz de la tierra. Bueno, dije que no me entretendría y ya me
estoy yendo por los cerros de Úbeda. A lo que iba: me asenté por fin en una
calle fija y, en mi humilde opinión, no muy hermosa, y la planta baja de ese
edificio me sirvió de cobijo durante las frías noches. La habitación estaba
custodiada por mugre y humedad en la escasa pintura que pendía a jirones de la
pared. Durante el crepúsculo, cuando no alcanzo dormir, porque… ¿sabe usted? padezco
de insomnio. Sí, ha oído bien, ¡sufro de insomnio como el gran novelista Stephen
King! Pues eso: soportaba, como otra noche cualquiera, el insomnio, y me la
pasé, como cualquier otra, escrutando las calles a través de una pequeña grieta
en la pared que se había abierto ya antes de mi llegada al edificio. Contemplaba
abstraído el paisaje. Durante las noches en que no soy capaz de dormir, acostumbro
imaginar cómo podría haber sido mi vida si el destino no hubiese decidido convertirme
en un repugnante y mugriento mendigo. Fue entonces cuando vi al pequeño Álex
correr por la avenida con su avioncito militar de juguete. Ese jovencito de
tres años, a lo sumo cuatro, era un auténtico cielo. Entiéndame usted y, para
dejarlo totalmente claro, que no soy ningún sentimental; en verdad, hace tiempo
que dejé de creer en el amor, sospecho que por la situación en la que vivo. Pero
ese chico alborotó todo mi parecer; era la candidez y bondad personificada. En
la calle, la gente te mira con asco, incluso los que te dan limosna, pero eso
no es nada comprada con la repugnancia que uno se inspira a sí mismo. Es como
vivir atrapado en un cadáver que camina, que siente hambre, que apesta y, que
sin saber muy por qué, se resiste a
morir. Pero ese chico daba la vuelta a todo mi mundo. Con su sonrisa
infantil y radiante, muchas veces, fuese de día o de noche, se aproximada a mí
y me hablaba con regocijo. Incluso me prestaba su preciado y vanidoso avión de
juguete, único recuerdo y regalo que conservaba de su madre, ahora fallecida,
creo que por el cruel cáncer. Me contaba de todo: lo mucho que echaba de menos
a su mamá; la aversión que le engendraba el marisco (en especial el pulbo y las galmejas, como solía pronunciar él); lo que había aprendido en la
escuela; sus ensueños de ser piloto y viajar al cielo para reencontrarse con su
madre… Me invitaba siempre a sus chucherías porque él mismo lo quería así.
Durante el tiempo en el que el pequeño Álex y yo fuimos amigos, me sentí el
hombre más venturoso sobre la tierra y relegué mis problemas alcohólicos y
sobre todo, olvidé mi indigencia.
Álex vivía en el edificio limítrofe con su padre. A
raíz de la reciente pérdida de su amada mujer, cedía a su hijo salir por las proximidades
de la calle, para no pasar la vergüenza de ser visto llorando por la falta de
su querida Raquel. Si lo que le voy a referir a continuación no hubiese sucedido,
juro por la más solemne de mis promesas, que querría socorrer a ese pobre
hombre que se estaba ahogando a pasos agigantados en sus propios recuerdos.
Pues
bien, que aunque este prólogo fuese necesario para relatar los hechos, ya me
estoy enrollando. Pero ¿sabe usted? Lo que pasa es que nosotros, los mendigos,
ansiamos evadir una tertulia con otros miembros de nuestro club para así no conmemorar
la miseria en la que vivimos. Además, la gente que nos da limosna evita
dialogar con nosotros, sospecho para no recibir el hosco y putrefacto olor de
nuestros alientos: alientos de vino y mugre, en resumen. A lo que iba, que ya
me vuelvo a entretener: escruté en silencio cómo el pequeño Álex, ajeno al dolor
que estaba sufriendo en ese momento su padre, disfrutaba con el vuelo
imaginario de su avioncito de juguete. Era tal la alegría que el muchacho
emanaba que irremediablemente me la contagió y, sin más pábulos, dispuse salir
al exterior, a la avenida, para poder jugar y charlar con él.
Esa fue mi intención. Nunca la llevé a cabo.
No desde el momento en
que apareció Mickey Mouse.
El aire frío de la noche
mordía la piel a través del pequeño resquicio de la pared desde el cual, lo contemplé
todo. Un manto amenazador de niebla densa inundó en ese momento la avenida. Si tuviese
que relacionar esa súbita concentración de bruma, lo haría con la visión del
maléfico personaje Caín del Príncipe de
la Niebla de Zafón o con la impecable Niebla
del maestro indiscutible de terror Stephen King. Advertirá usted, y abro un
breve paréntesis, que hago muchas menciones a libros de terror. La verdad es
que me encantan ese tipo de novelas y sí, voy a confesar un delito: cuando
tengo oportunidad, que no son muchas, robo libros de terror para, ya sabe usted,
apurar el tiempo en las calles y que un día no se me haga casi eterno. Cierro paréntesis.
A lo que iba: la niebla se concentró súbitamente en un punto de la calle y,
supongo que no me creerán, pero en ese momento tuve la certeza de que algo malo
iba a pasar.
Y no me equivoqué…
Unos ojos amarillos
emergieron de repente de la espesa niebla. Eran unos ojos terroríficos, de esos
que uno siempre se imaginaba que se iba a encontrar con ellos si se te ocurría
mirar debajo de la cama o bajar a oscuras las escaleras del sótano. Es un animal –pensé incoherente-; eso es todo: un animal. A lo mejor es un
gato abandonado que busca su hogar.
De todos modos, si era un
animal, logró asustarme de verdad. Permanecí paralizado examinando todo lo que
sucedía a continuación. Al contrario, el pequeño Álex, que era todo un valiente,
merecedor de lograr su sueño de ser piloto de avión, no se dejó avasallar por
el miedo, que seguro hacía temblar su cuerpo. Álex se acercó a esos ojos
amarillos y fue entonces cuando una voz, una voz perfectamente razonable y
bastante simpática, le habló desde dentro de la niebla.
-Hola, Álex -dijo.
Creo que tanto yo como
Álex parpadeamos a la vez y volvimos a mirar. Entonces ninguno de los dos dimos
crédito de lo que veíamos; era como algo sacado de un cuento o una película
donde uno sabe que los animales hablan y bailan. Era un ratón gigante. El
ratoncito de Disney. El ser más famoso del mundo. Era el jodido Mickey Mouse.
Lo supe con certeza cuando la niebla lo dejó visible. Al principio especulé la
idea de que esa visión era a causa del vino. Pero sabía lo que estaba viendo. Y
Álex, también. Era el ratón de los dibujos animados. Su semblante era de color
carne con enormes orejas negras; tenía unos ojos enormes y una sonrisa radiante
en el rostro. Tenía en una mano un manojo de globos de todos los colores, como
tentadora fruta madura.
Sinceramente, ese ratón,
en concreto del que estoy hablando, nunca me dio buena espina. A lo largo de la
calle Príncipe, durante los días de sol, varias personas disfrazadas del ratón
más famoso del mundo se ubicaban a lo largo de la avenida para vender su
sonrisa y sus globos de colores a los niños. Eso no me parecía mal porque sabía
que debajo de esos disfraces, había una persona dentro. Califíqueme usted de loco,
pero en ese momento, tuve la total certeza de que el Mickey Mouse que había emergido
de la niebla, no era ningún disfraz. Estoy seguro que si uno intentaba arrancarle
la cabeza, solo hallaría oscuridad densa y palpable en su interior. No cabía
duda: ese Mickey Mouse, había llegado de los infiernos.
-¿Quieres un globito,
Álex? –el ratón sonreía.
Álex también sonrió.
Supongo que no podría evitarlo; aquella sonrisa era del tipo que uno devuelve
sin querer.
-Por supuesto.
El ratoncito se echó a reír
-<<Por
supuesto.>> ¡Así me gusta! ¡Así me gusta!
Supongo que si en ese
momento yo hubiera vencido el miedo que me mantenía inmóvil, no hubiera
sucedido nada más. Pero me mantuve al margen escrutándolo todo. El pequeño Álex
alargó la mano para coger el globo, pero de inmediato la retiró contra su
voluntad.
-No debo coger nada que
me den los desconocidos. Lo decía mi mamá.
Bendito Álex pensé.
-Y tu mamá tenía mucha
razón –replicó el ratón sonriendo. Yo, como supongo que también hacía Álex, nos
preguntamos cómo podríamos haber creído que sus ojos eran amarillos, si eran
del color típico del ser animado: negros-. Muchísima razón, yo creo. Por lo
tanto, voy a presentarme, aunque supongo que ya me conoces de la tele. Álex, yo
soy Mickey Mouse, el ratón más famoso del mundo. Álex, te presento a Mickey.
Mickey, te presento a Álex. Y ahora ya nos conocemos. Yo no soy un desconocido
y tú tampoco. ¿Correcto?
Álex soltó una risita.
Supe entonces que algo marchaba mal.
-Creo que sí -ambos
sonrieron, pero la del ratón era más acentuada.
Eso fue el final.
El pequeño Álex estiró la
mano.
Mickey Mouse le agarró el
brazo.
Y entonces, tanto yo como
Álex vimos que la cara del ratón cambiaba.
Lo que vi a continuación
casi me hizo perder el juicio. No me lo quiero imaginar desde la perspectiva
del pequeño Álex. Fue peor que cualquier pesadilla que tuviese nunca; era la
madre de todas las pesadillas juntas.
-Toma un globito –chilló Mickey Mouse con una voz que reía entre
coágulos.
Yo continuaba inmóvil
contemplándolo todo.
Sujetaba el brazo de Álex
en su puño grueso. Tiró de él hacia esa horrible niebla por la que no se
filtraba ningún atisbo de luz de luna. El pequeño Álex estiró el cuello para
apartarse de la densa bruma definitiva y empezó a gritar, a gritar entre como
un loco hacia el cielo de aquella noche de verano. Sus gritos eran agudos y penetrantes
y a lo largo de toda la calle Príncipe la gente se asomó a las ventanas. Pero
no veían nada por la niebla.
-Toma un globito –No había compasión ni cortesía en aquella sonrisa,
sólo odio-. Toma un globito.
Mickey Mouse tiró todavía
más fuerte del brazo del muchacho y de pronto, sonó un desgarro y me imagino
que el pequeño Álex ya no supo más.
Fue entonces cuando
alcancé a dar mi primer movimiento y corrí, a pesar del miedo y del terror, en
ayuda de mi joven amigo. Aunque llegué sólo treinta y dos segundos más tarde de
que ese ratoncito del infierno desapareciese tal como había llegado de entre la
niebla, Álex ya había muerto. Lo agarré por su abriguito amarillo y al girar en
mis manos su cuerpo, yo también empecé a vociferar como un loco. El lado
izquierdo del abrigo del niño estaba de un rojo intenso. La sangre fluía por la
calle en dirección al brazo que estaba a unos metros de nosotros. Un pomo de
hueso, horriblemente brillante, asomaba por la tela rota. Los ojos del niño
miraban fijamente al cielo nocturno del cual había desaparecido todo atisbo de
niebla y, mientras yo los observaba llorando con el rostro descompuesto, la
gente comenzó a rodearme y a llamarme asesino. No les contradije. Asesino era lo que merecía escuchar. Asesino. Fui testigo de todos los hechos
teniendo la oportunidad de salvar al pequeño Álex y no hice nada. Asesino. Asesino. Asesino.
Asesino.
Sólo yo estuve presente en
los hechos y, aunque ahora esté aquí declarando porque se me acusa del
asesinato del único ser por el que sentí amor, sé lo que vi y se lo que soy.
Un Asesino.
De La Voz de
Galicia, viernes 7 de agosto de 2015, pág. 1:
UN INDIGENTE ASESINA A UN NIÑO DE CUATRO AÑOS EN LAS
SOMBRAS DE LA NOCHE
La policía detuvo el pasado miércoles al indigente Ismael Ruiz Prego, que
asesinó durante la noche a Álex Crespo Torres, un niño de tan sólo cuatro años
en la calle Príncipe de Vigo.
El crimen tuvo lugar
durante la noche y testigos afirman que el indigente llevaba ya varias semanas
espiando desde las sombras a su víctima esperando el momento oportuno para
acabar con su vida. Los motivos que le han llevado a realizar el crimen todavía
no han sido esclarecidos al igual que el móvil. El supuesto asesino afirma que
el tan sólo ha intentado salvarle la vida y que el verdadero homicida no fue
otro que el ratón más famoso del mundo: Mickey Mouse. El indigente ha dado
positivo en las pruebas de alcoholemia y será juzgado el próximo lunes.
El padre de la víctima,
que recientemente acababa de perder a su esposa de una leucemia, afirma que
hará todo lo posible para que el asesino de su hijo reciba cadena perpetua y,
en el caso en el que el juez no dicte eso, él mismo se encargará de asesinarlo.
Del Informe
de la Policía Nacional, miércoles 5 de agosto de 2015, pág. 7:
Frases que aparecieron pintadas sobre la pared del
edificio donde llevaba viviendo el indigente y asesino durante las últimas
semanas:
ISMAEL RUIZ PREGO ARDERÁ EN EL INFIERNO
CRISTO NUNCA FALLA
Al lado del muro del edificio, adyacente a la
sangre de la víctima, la policía halló restos de unos globos de colores
deshinchados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario